sábado, 7 de mayo de 2016



CANALIZANDO LA HISTERIA

DE MI HISTÉRICO HERMANO BAUDELAIRE



Esta poesía no está escrita para mí mismo;
va dirigida al centro de vuestras entrañas,
de vuestro corazón,
la pupila de vuestros ojos,
el tímpano de vuestros oídos,
vuestro cuerpo, vuestra mente, vuestra ánima,
y hasta ahora… vuestro “sosegado” espíritu.
Maldigo la alegría, expulso el contento,
grito una oda a la crueldad,
la misma de esta existencia
que nos ha violado a Baudelaire y a mí al unísono.
La que nos ha horadado el corazón,
desgarrado nuestras fuerzas,
alimentado de odio, ira y rabia
nuestra infinita angustia de ángeles caídos;
la que nos ha obligado a ser, a vivir, a existir,
a ser la tragedia, la pena,
la tristeza y el dolor,
la huella dactilar impresa
en esta dimensión del Logos
de este infinito y maldito universo
en el que fuimos condenados a vivir solos,
encadenados, tristes, agitados,
repudiados hacia la locura, la incomprensión
y el sinsentido;
la misma agitación del núcleo explosivo del Big-Bang,
de la maldita dinamita, perversa y malévola,
encendida e incandescente
que ha dado origen a este caos vacío,
vacío de libertad, de amor,
de hermandad, de paz, de fraternidad
y del júbilo y la gloria que a todos vosotros
yo os ofrecí a lo largo de mi penoso,
errado y errático vagar durante
eternos carceleros eones
y lo ha transmutado en este ensordecedor,
perverso y asesino, estruendoso estallido;
del pan vuestro de cada día,
del dios vuestro de cada día,
y nuestra hambre inconmensurable,
inefable y sin medida
de dejar de ser, de no existir,
de encontrar nuestra perfección en la negación,
en la nada,
en el silencio absoluto y definitivo;
en la iluminada negra oscuridad
que deshabite en donde habita,
vive y es nuestra desgracia,
nuestros monstruosos ojos secos, sin lágrimas,
nuestra apología del nihilismo y el suicidio.
Y no son palabras vanas, no están vacías,
desconocen la mentira,
y sí son testigos de la verdad
de nuestros sucesivos e impedidos y negados
intentos atroces de quitarnos
lo que vosotros llamáis vida.
Nuestros gritos, nuestros ruegos,
nuestras frenéticas oraciones, nuestras plegarias,
vuestros cuchillos cortando nuestras venas,
nuestra sobredosis de fármacos venenosos,
la ambición temida de la soga,
han sido desatendidos;
hemos clamado a oídos sordos,
a sentires inmisericordes,
a sinsentires que creen que sienten,
porque, en verdad, hermanos bastardos nuestros,
aquí y allí, sólo somos nosotros
los que en realidad sentimos, hemos sentido
y desgraciadamente sentiremos
eternamente y sin final,
porque aquello a lo que llamáis dios
nunca agotará su agonía y su crisis esencial e insaciable
de dejarnos morir en paz
para así vivir,
dejando definitivamente de existir.
Estas últimas palabras no son un juego verbal,
estos últimos versos no son un juego de palabras,
solo son el fin de la boba fe,
la ilusa ilusión y la desesperada esperanza.
Si os ofende este testimonio, este testamento vital,
pasad la hoja y oíd sin escuchar
las canciones de David Civera, de Ricky Martin,
de Georgie Dann, de King África y Bisbal.