TU ME DEBES UN BESO
El beso que tú me debes
quise borrarlo de mi mente
con hielo ardiendo,
y quemé del cerebro mis venas;
el beso que tú me debes
quise quemarlo en el fuego
arrojando en él los papeles
de todos mis sangrados poemas,
para que muriese con la tinta,
esa brasa que me escalda
y no conjuro su pérdida.
Es inútil querer borrar recuerdos
que se sostienen en manos ajenas;
como ese beso que late
en tu sangre,
en tus ojos,
en tu mirada y en mi mirada,
en los besos de aquella niña,
que decía palabras tan inteligentes,
tan dulces y desesperantes,
con maneras de anciana sabia y
buena.
Pero si yo permanezco un tiempo
más,
y a ti primero Caronte tu alma la
lleva
(es el consuelo que me queda),
iré en la noche robártelo al
cementerio,
con los mismos suspiros
contenidos
con los que entonces te quise;
y transmutaré la angustia que me
mata,
por una ternura eterna,
que golpeará en mis labios
mientras viva y cuando muera,
y en el recuerdo del viento
cuando no quede ni polvo
en la tumba que todos lejos
vemos,
pero mañana mismo
(tenlo por cierto),
mañana mismo a todos nos espera.