sábado, 6 de febrero de 2016

SIEMPRE CHUS

Soporté durante mucho tiempo
no llorar mis atroces hambres,
esperaba que las angustias
y los locos sufrimientos
que con avidez intenté asesinar,
garabateando con palabras hermosas
en papeles que me enjugaban las lágrimas,
no regresarían a mí
con la fuerza con la que dejaron
mi corazón en ronchas oscuras
y arrancaron las raíces
de las que crecían las alegrías
y las tristezas del niño que siempre fui
y todavía continúo siendo;
por una parte se recordaban
en el cajón de mis papeles
penas como losas,
y ocultaban para siempre
toda razón de cualquier queja
y la ausencia de ganas de seguir viviendo.
Ocurrió así que más de una vez,
dije quiméricas locuras,
tal que aquellas de que no
me quedaban lagrimas,
ni espacios en mi piel
para más heridas.
Pero caí en graves errores
y me enamoré de una dama
que regresó a mí el sentido,
primero, de vivir,
ahora de continuar queriendo morir.
Al igual que se abren las fuentes
en los prados secos
cuando truena en su corazón,
al ver en el cielo las nubes negras,
volvieron a romper todas las heridas,
y están rojas y recientes,
y las lágrimas que no encuentran
suficiente lugar en mis ojos,
salen por ellos y me hacen gritar tanto,
que las golondrinas vuelan alto
para no escuchar
tan amargos y locos lamentos.
Y yo solo quiero decirte
que por primera vez en mi vida
siento celos, celos
de todo lo que no me deje
hacer de ti una tumba
donde enterrarme para siempre,
y poder decirte lo que un día
imaginé para una mujer
que jamás existió hasta
 que a ti te conocí:
“podrá venir a saludarnos la muerte,
pero debajo de nuestra alegría
la propia muerte expirará,
y tu reirás junto a mí para siempre,
porque aún que un amor tan intenso
nunca nada ni nadie 
le podrá poner final”.