SIEMPRE CHUS
Soporté durante
mucho tiempo
no llorar mis
atroces hambres,
esperaba que las
angustias
y los locos
sufrimientos
que con avidez
intenté asesinar,
garabateando con
palabras hermosas
en papeles que me
enjugaban las lágrimas,
no regresarían a mí
con la fuerza con
la que dejaron
mi corazón en
ronchas oscuras
y arrancaron las
raíces
de las que crecían las
alegrías
y las tristezas del
niño que siempre fui
y todavía continúo
siendo;
por una parte se
recordaban
en el cajón de mis
papeles
penas como losas,
y ocultaban para
siempre
toda razón de
cualquier queja
y la ausencia de
ganas de seguir viviendo.
Ocurrió así que más
de una vez,
dije quiméricas
locuras,
tal que aquellas de
que no
me quedaban
lagrimas,
ni espacios en mi
piel
para más heridas.
Pero caí en graves
errores
y me enamoré de una
dama
que regresó a mí el
sentido,
primero, de vivir,
ahora de continuar
queriendo morir.
Al igual que se
abren las fuentes
en los prados secos
cuando truena en su
corazón,
al ver en el cielo
las nubes negras,
volvieron a romper
todas las heridas,
y están rojas y
recientes,
y las lágrimas que
no encuentran
suficiente lugar en
mis ojos,
salen por ellos y
me hacen gritar tanto,
que las golondrinas
vuelan alto
para no escuchar
tan amargos y locos
lamentos.
Y yo solo quiero
decirte
que por primera vez
en mi vida
siento celos, celos
de todo lo que no
me deje
hacer de ti una
tumba
donde enterrarme
para siempre,
y poder decirte lo
que un día
imaginé para una
mujer
que jamás existió
hasta
que a ti te conocí:
“podrá venir a
saludarnos la muerte,
pero debajo de
nuestra alegría
la propia muerte expirará,
y tu reirás junto a
mí para siempre,
porque aún que un
amor tan intenso
nunca nada ni nadie
le podrá poner
final”.