sábado, 7 de mayo de 2016



NO ES UNA POESÍA.
ES MI TODO DE AHORA MISMO
Y NO DEJA DE SER NADA.




En esta vida de carne, materia,
teatro y Maya y mentira,
pongamos que tercera dimensión o Sámsara,
la letra con sangre entra.
Yo sangré ríos de lágrimas,
mares muertos y salados
de las penas más grandes,
prepotentes, hermosas y fanfarronas,
océanos de incandescente lava.
Nunca mentí, ni miento ni mentiré,
sólo quiero derruir mi ego,
la muerte de este juguete insano,
la muerte de esta bobada,
de esta vida cuyo sentido
es el sinsentido, el consciente,
el inconsciente y el ego,
y no hay otro lugar en que
hallar el sentido real y verdadero,
que no sean el espíritu y el alma,
el conocimiento absoluto de toda la metafísica,
la negación absoluta
de la filosofía de la mente,
los placeres de la carne;
el aguardiente que quema y escuece en las llagas;
la inmersión en la mística y el esoterismo
(la auténtica verdad oculta,
que “presume” de estarnos vedada).
Antaño en otra vida, en una vida pasada,
me suicidé a los veintisiete años;
mi nombre era Mariano José,
y mi apellido era Larra.
También en tiempos pasados,
Baudelaire me plagió poesías,
las más llenas de veneno, furia y odio,
las más tétricas y macabras,
y luego, aún siendo quién era,
nunca se atrevió a enseñarlas.
Fui mi ancestro más triste y trágico;
inquisidor de plañideras;
el Torquemada de las superficies;
el verdadero ángel caído de la poesía más malvada,
en esta vida de mentira y carne,
materia, teatro y Maya,
en la eterna tercera dimensión, el Sámsara.
La mayor tragedia de la historia de la tierra
será algún día, de mis poesías la más trágica;
por si alguien lo está pensando,
por si alguien lo tiene en mente,
que calle desde ahora y para siempre,
y que nunca me lo eche en cara…
¡Que jamás me diga nada!
La génesis de esta poesía es el amor radical universal
más absolutamente incondicional
que por fin ya alimenta mi mente,
mi espíritu y mi ánima;
y el intento definitivo de aniquilar y destrozar mi ego,
que tanto pesar y penar me causa.
Yo sólo me odio a mí mismo,
yo no odio a nadie ni ya a nada,
desconozco infinitamente
lo que es el rencor, los celos,
las justicias de los hombres,
la envidia, el odio a otros seres y la venganza.
Quién necesite comprobarlo,
que siegue mi cuello con un hacha;
y si siente como yo siento,
que pronuncie la primera palabra;
entonces correré a su encuentro,
y abrazaré fuerte su cabeza
contra mi mejilla y mi pecho,
hechos de materia insana;
y entonces después de tantísimo tiempo,
mis ojos secos volverán a verter lágrimas,
lágrimas por ser comprendido,
lágrimas por él y por nuestra historia tan amarga,
lágrimas por un alguien más que un hermano,
lágrimas por el encuentro,
lágrimas de amor verdadero,
lágrimas de amor, fe, la ilusión perdida
y por la recobrada esperanza
de un vivo en muerte
que con sus últimos estertores del ego,
esta poesía maldita y bendita
a todo el universo y a toda la humanidad os regala.