lunes, 9 de mayo de 2016

PARA MARÍA DE LOS ÁNGELES

Era ella una adolescente

de mirada muy triste y húmeda,
con chispas llameantes de melancolía perfumada
de poesías de un amor delirante e inédito…
Y un efluvio en los rizos de sus cabellos
de sueños quiméricos y bellos
y un aleteo en los párpados espaciado y lento
de las pestañas de sus ojos
tétrico, existencialista y psicodélico.
Unas pupilas penetrantes
como un rayo a la deriva
en el iris verde de sus ojos
con un mar en oleaje
y gaviotas llorando en el horizonte
donde el océano se une al cielo.
Era una diosa, una virgen,
una santa, una niña asceta,
devota de la pasión,
de labios rojos y gruesos
dibujados por un pintor
loco, parnasiano y bohemio;
y entre ellos emanaba
un suspiro, un eterno lamento
y gemidos incesantes
que sin saberlo buscaban
despertar en mí
toda la pasión habida
y sueños hijos de sus sueños.
Era un rostro inmaculado,
era una melodía de silencios,
la ópera Carmina Buranna
cantada por un Pavarotti afónico y llorando,
con su camisa y su pañuelo blanco
y su enorme traje negro.
Era todo el alma del poeta,
era toda la poesía,
eran “los ojos verdes” de Béquer,
“el rayo” de Miguel Hernández,
“de ala aleve y homicida”,
"que sostenía un triste brillo
alrededor de nuestras vidas"; 
la princesa de Rubén,
la de “los labios de fresa”,
y también la de Sabina;
Elizabeth en “un lugar en el sol”
Dulcinea en el Toboso,
reina “al este del Edén”;
era la dama perfecta
para un romántico sin fin
que quiso escribir un poema
y se sintió impotente, triste,
frustrado y avergonzado,
derrotado para siempre
al no poder describir el sentimiento y el alma
de aquella dama tan bellísima,
que murió hace 36 años
entre la rabia y la impotencia,
y nuestra pasión desatendida y atada,
y dejó para el recuerdo estos versos frustrados,
llenos de desencanto,
de un poeta que perdió su corazón
en aquella esquina
en la que habita su sombra
sin que nadie la recoja
de mi latido viejo y roto,
que la alberga y la pasea
por este mundo tan cruel
y esta tan desoladora
y tan miserable tierra.