¡BIENVENIDO LECTOR, MALDITO HERMANO!
Tú que me lees, lector
divino, terrenal y mundano;
tú que me sufres, miserable humano;
tú que me disfrutas, hermana del cielo,
del limbo, del Olimpo,
del infierno iluso e ilusionado.
Tú que me sigues, pero no me acompañas,
tú que me olvidas, me recuerdas y me
traicionas,
amigo querido, desleal y descastado;
tú que me emocionas, que me quieres a medias,
que me sueñas como no soy, que me retiras la
mano:
Tú que me aprisionas el
corazón, amiga del averno,
azul y rosa,
negro, gris y ensangrentado.
Tú que me echas fuego
por tu boca,
de tabaco, whisky barato,
pócimas de meigas en aquelarre,
veneno letal y fétido de Satán, de Lucifer,
del infierno ingrato, inflamado, enfadado,
licor negro de Belcebú,
que me araña los sesos
y me grita en los oídos poemas,
mientras te los escribo con grilletes en mi
alma
y mi corazón ensangrentado, preso,
poseído y defenestrado.
Tú, esposa por Kharma y
para el odio,
por amor divino, nunca
por amor humano,
tan triste, tan solo,
tan incorrespondido,
tan triste, tan ácido,
tan descorazonador,
tan guillotinado de
satisfacción,
respiro y sosiego, tan
feo, tan agrio,
tan poseído,
desposeído, desposado y decapitado.
Tú, desconocido, que no
me oyes ni me escuchas,
ni me conoces, pero me presientes e intuyes tan errado,
tan siniestro, tan
extraño, tan ajeno, tan aciago y tan raro.
Tú que me lees, y a medias me entiendes,
¡bienvenido, traidor y
aprovechado humano,
sí, tú, tan
miserablemente
miserable hermano!