domingo, 8 de mayo de 2016

¡BIENVENIDO LECTOR, MALDITO HERMANO!

Tú que me lees, lector divino, terrenal y mundano;
tú que me sufres, miserable humano;
tú que me disfrutas, hermana del cielo,
del limbo, del Olimpo, del infierno iluso e ilusionado.
Tú que me sigues,  pero no me acompañas,
tú que me olvidas, me recuerdas y me traicionas,
amigo querido, desleal y descastado;
tú que me emocionas, que me quieres a medias,
que me sueñas como no soy, que me retiras la mano:
Tú que me aprisionas el corazón, amiga del averno,
azul y rosa,  negro, gris y ensangrentado.
Tú que me echas fuego por tu boca,
de tabaco, whisky barato,
pócimas de meigas en aquelarre,
veneno letal y fétido de Satán, de Lucifer,
del infierno ingrato,  inflamado, enfadado,
licor negro de Belcebú, que me araña los sesos
y me grita en los oídos poemas,
mientras te los escribo con grilletes en mi alma
y mi corazón ensangrentado, preso,
poseído y defenestrado.
Tú, esposa por Kharma y para el odio,
por amor divino, nunca por amor humano,
tan triste, tan solo, tan incorrespondido,
tan triste, tan ácido, tan descorazonador,
tan guillotinado de satisfacción,
respiro y sosiego, tan feo, tan agrio,
tan poseído, desposeído, desposado y decapitado.
Tú, desconocido, que no me oyes ni me escuchas,
ni me conoces,  pero me presientes e intuyes tan errado,
tan siniestro, tan extraño, tan ajeno, tan aciago y tan raro.
Tú que me lees,  y a medias me entiendes,
¡bienvenido, traidor y aprovechado humano,
sí, tú, tan miserablemente
miserable hermano!